Bruselas, Bélgica.
Desde la distancia, el vínculo con la música de las raíces colombianas se convierte en un territorio emocional irrenunciable, un pedazo de patria portátil que se lleva en el alma. No es solo nostalgia; es un acto de resistencia cultural, una forma de tejer permanencia en la memoria cuando el cuerpo habita otras latitudes. La cumbia, el vallenato, el bambuco que suenan en una fiesta o en la intimidad de unos audífonos son mucho más que ritmos: son el cordón umbilical que conecta con la tierra de origen, el lenguaje compartido que une a una comunidad en el exilio y la herramienta más poderosa para contar, desde fuera, quiénes somos y de dónde venimos.
Mantener vivo ese lazo sonoro es, en esencia, asegurarse de que una parte fundamental de nuestra identidad no se diluya, sino que se fortalezca y dialogue con el mundo, llevando el alma de Colombia a cada rincón del planeta.





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